viernes, 19 de noviembre de 2010

El estilo de los políticos: Valeriano Gómez

Por Pilar Portero
¿Cuántos sapos tiene que tragarse un político a lo largo del día? A mayor responsabilidad, más anfibios que digerir. Algunos lo tienen descontado pero los que llegan de refresco, e ignoran que la dilatación de faringe va incluida en el cargo, lo pasan mal hasta que se acostumbran. En proceso de aclimatación se encuentra el ministro de Trabajo y eso que los sapos los engulle ya en brocheta.

Me gusta su flequillo. Siempre a su aire. Hasta esta misma semana, yo pensaba que era un reflejo de su personalidad. Que al presidente le iba a costar que le siguiera la corriente más que a otros ministros. Que su experiencia como economista respetado por sus colegas le daría argumentos para vestir los duros recortes con más propiedad que el evidente dictado de Bruselas. Sin embargo, no paro de escucharle las palabras que Zapatero o Salgado han pronunciado antes, desde que en primavera sellaron su compromiso con la UE. La misma que acaba de advertir que a partir de 2030 las pensiones estarán en la cuerda floja. 

Los jubilados, que asumida ya la congelación, piensan que después vendrá la rebaja, no creo que le hayan concedido el mismo margen de confianza que yo. Tampoco los parados que esperan una colocación, una de las prioridades de su ministerio junto con el irónicamente denominado 'diálogo social'. Si en lugar de cartera tuviera el bolso de Mary Poppins, podría apuntarse un tanto tras otro pero, como ya se observa en la foto, tiene que portar los papeles en la mano.

No me gusta el bigote. Se lo afeitaría porque me recuerda al de Aznar. Lo cual no impide que mi intuición de que es un tipo de fiar se mantenga. Y eso que mi relación con él se reduce al posado. Le pillo en el pasillo del Congreso. Me presento y le pido que salga al patio. De ese instante extraigo una conclusión que, como les sucede hasta a los científicos, está influenciada por la hipótesis de partida. No tiene prejuicios, su trato es natural y carece del engolamiento de otros colegas. Me resulta simpático. Punto. Así que paso por alto el holgado patrón de su chaqueta. Lo achacó a que habrá adelgazado desde el nombramiento. Con lo tranquilo que estaba en la Fundación Ortega y Gasset. Cómo se habrá dejado convencer por el Presidente. Si el ya sabía de qué iba el poder, por algo dejó su puesto de secretario de Estado de Empleo con Jesús Caldera. Por lo menos, sus ojos transmiten inquietud e ilusión. ¿O sólo me lo parece a mi?

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1 comentario:

  1. A mí no me parece ver ni inquietud ni ilusión, sólo un sueldazo. Ojalá me equivoque, pero creo que de ir a la huelga general a una semana después defender la reforma laboral como ministro hay un abismo lo bastante grande como para no transmitir confianza ninguna.

    Brindis al sol y poco más.

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