Por Portero y Cañil
Continuamos con el histórico y socarrón diputado socialista el hábito recién iniciado -la semana pasada lo inauguramos con Álvaro Nadal- de mostrar a España y al mundo entero la habilidad de nuestros hombres y mujeres públicos a la hora de elegir el atuendo por el que nos entran por los ojos, o no.
A veces tiene un aire hosco, como si estuviera jugando al tetris mentalmente con los presupuestos -ese inmenso universo de partidas de gastos e ingresos que hay que cuadrar una vez al año haciendo auténticas filigranas-, pero basta que te clave esa mirada pícara y divertida para saber que en sus pensamientos reina la ironía. Adicto a los pantalones de pana, las camisas de cuadros y las chaquetas de lana, se nota que el traje no está en su hit parade.
La primera vez que le tuve delante, allá por el año 92 en su despacho de Ferraz, la economía me sonaba a chino pero él logró que comprendiera y me interesara por sus tesis y argumentos. Y tiene especial mérito porque yo era una pardilla y él una figura imprescindible en el PSOE de Felipe González. Eso sí, un guerrista con carné siempre a la sombra del número dos. Entonces ya cultivaba esa dejadez estilística que le define. Un indolencia que compensa con una apabullante seguridad en si mismo.
Con el tiempo he descubierto que su atuendo le importa más de lo que aparenta. Hace poco le pillé con una corbata estampada con los leones del Congreso. ¿Y esto?, le pregunto. "Hombre, es que para asistir al pleno necesitaba una y me la han prestado ¿elegante, no?". Ahhhh! Como veréis en la foto que le disparé ayer en la Comisión de Economía del Congreso en la que Elena Salgado se empeñó a fondo soltando todas las cifras que tenía a mano para anestesiar al personal, va trajeado y hasta con corbata. Pero el detalle de la mano bien metida en el bolsillo como si estuviese acariciando un tesoro, uno de sus gestos más característicos, muestra su escaso empeño por la pose. Podríamos decir que le importa un bledo salir más o menos favorecido.
Nunca le verás ajustándose la chaqueta ni con el nudo perfecto pero siempre salta ágil cuando se trata de azotar al contrario con una frase certera y punzante que logra arrancar carcajadas hasta entre los compañeros del aludido. Eso mismo paso ayer en la famosa comisión de economía. Cristóbal Montoro frenó en seco a Elena Salgado cuando esta se disponía a buscar un dato en su carpeta con un provocador "no hace falta que compruebe la cifra, una ministra la tendría que saber de memoria". Antes de que Salgado sacase la mano de sus papeles, Marugán ya había desactivado a su adversario con tres palabras hasta el punto que la propia Fátima Bañez se partía de risa.
Entre sus últimos disgustos, la muerte de Samuelson. Y entre sus satisfacciones, saber que posee la fórmula mágica de los presupuestos y que las generaciones que le han sucedido le respetan y veneran, porque cualquiera reconoce su perspicacia negociadora. Marugán camina ligero como si no fuera, a sus 64 años, una enciclopedia andante. Como asignatura pendiente, le queda internet. Claro, que eso tiene remedio. Por lo pronto cuenta con la pinta que tendrán los hacker cuando sean mayores.
viernes, 5 de marzo de 2010
El estilo de los políticos: Paco Fernández Marugán
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