Por Pilar Portero
Que Ferrán Adría cierre El Bulli durante los años 2012 y 2013, no es nada comparado con que el restaurante más mimado por los críticos madrileños se haya trasladado de local y se pueda salir de allí sin ese perverso olor a fritanga adosado como recuerdo. Esta semana en la que se ha celebrado Madrid Fusión con un intenso aroma a tierra y a raíces, en línea con el camino que en los últimos años están marcando los cocineros de vanguardia, tenía que aportar mi humilde grano de arena. Y esta es la noticia. Repito. Ya no hay que sumar a la cuenta de Sudestada, el precio del tinte ni del champú más intenso del mercado.
Cuando dos guías gastro-espirituales como José Carlos Capel y Víctor de la Serna, aka Fernándo Point, deciden que un restaurante es como para levitar, nadie se atreve a ponerlo en duda. Excepto la clientela que da de comer a sus dueños cada día y que ignora que esos dos señores inspirados, instruidos y con sustancia que publican sus críticas en El País y El Mundo respectivamente dictan tendencia con su paladar. Sus educados sentidos, sin embargo, jamás han debido notar ese desagrable olor propio de bareto. O lo han obviado. Desde que los argentinos Estanis Carenzo y Pablo Giudice decidieron trasladar aquí la cocina que tanto prestigio les había procurado en el barrio chic de Palermo Hollywood en Buenos Aires, los gurús cayeron rendidos a los encantadores manjares que los socios habían tomado prestados del sudeste asiático, básicamente Vietman, con influencias de Camboya, Tailandia y Malasía más algún detallito incorporado de Japón.
Efectivamente, los platos que salen de sus fogones resultan estimulántes, ricos e irresistibles. Aunque ahora en el local nuevo de Ponzano, 85 donde han grabado en la cristalera 'Fina cocina asiática', se disfruta más. La decoración neutra y las mesas más separadas entre sí permiten centrarse en la compañía -que en realidad es lo que logra que un sitio te haga sentir en el paraíso o el infierno- y en las estupendas propuestas que sirven.
El otro local, el de la esquinita de Modesto Lafuente, al abrir la puerta parecía un dinner norteamericano de los 50 modernizado en el que se hablaba con acento argentino, se ofrecía una electrizante comida asiática y presumían de preparar la mejor caipirinha de la ciudad. Tu querías dejarte embaucar por los seductores ojos de tu chico pero acababas reflejándote en las pupilas del tipo de la mesa de al lado que estaba casi empotrada en la tuya. Pagabas una factura tan alta como el ego de los argentinos y encima te marchabas con ese característico aroma a fritanga. A mi, más de una vez -y no estoy de broma-, al final de una comida de trabajo, me han amenazado entre risas con pasarme la factura de la tintorería tras espetarme "no puedo ir oliendo así a la reunión que tengo ahora". Yo me justificaba: "Pero está genial ¿no?".
Las cosas han cambiado. Hace unos días quedé con un político en Sudestada. Ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza dos veces, incluso 20. Había leído el "ya sóc aquí" de Point y el "Platos fragantes, bien especiados y picantes, poco aptos para paladares adocenados" de Capel y no pude resistirme. Yo también esperaba impaciente, debo confesar.
Así que llame pidiendo una mesa discreta y me aseguraron que la nº6 era mía. Al llegar veo que Pablo Giudice al comprobar la reserva se inquieta. Imagino que la 6 está ocupada y observo a un señor con libreta, sólo y aura de crítico sentado en mi mesa. No hacen falta palabras, sólo una mirada. Él se disculpa: "Ha habido un malentendido, es que esa mesa era la 6 pero ahora la hemos cambiado de número". El cuento tiene gracia. Acepto el sucedáneo y me entrego a los placeres de esa ensalada de lengua con algas wakame, dos de mis ingredientes fetiche juntos y revueltos.
Salgo flotando. Mi pelo huele al champú de Sebastian con que lo lavé por la mañana y mi vestido conserva el aloe vera de jabón para lavadora. Me hace feliz estar de acuerdo con los gurús.
domingo, 31 de enero de 2010
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